UN MUNDO DOS PUERTAS

Érase una vez “Dos Puertas”

En éste lugar, nada más nacer, a todos se les instalaba dos puertas en su dormitorio, una de ellas conducía a un sitio, donde se podía reír libremente de tristeza o de pena sin que nadie juzgara tus sentimientos, existía la capacidad de hablar sin herir al que escucha, allí todos eran guapos (de diferentes maneras), se cultivaba el disfrute del tiempo, la equidad en el trabajo, no existían débiles ni fuertes, sólo personas que se sentían débiles o fuertes dependiendo del día. En definitiva, era un lugar donde la curiosidad siempre era buena, donde las cosas se veían siempre con ilusión, y no había barreras, sólo retos…

La otra puerta, llevaba a otro lugar donde las personas no eran dueñas de su destino, sólo autómatas que se dejaban llevar por lo que otros pensaban de ellos, donde el valor de las personas se definía en una etiqueta que además escribía otro, donde los sueños a menudo se convertían en pesadillas, donde reinaba el quiero y no puedo, donde las responsabilidades pesaban toneladas, y cada día era exactamente igual al anterior y al siguiente…

Cuando los “dosportanos” nacían, lo hacían libres, libres de escoger la puerta que atravesaban cada mañana.

De niñcoaching-grupal-en-madridos solían elegir la blanca, aquella llena de ilusión, donde cada mañana podías reinventarte a ti mismo, y cada día era una nueva oportunidad de descubrir cosas maravillosas, donde se corría, sólo por el disfrute de correr y no la prisa, en aquel lugar,podías llegar a ser lo que quisieras; princesa, príncipe, bombero, astronauta, y todos se sentían capaces de cualquier cosa, sin techo más que las estrellas, sin límites más que los de la imaginación poderosa de un niño.

Pero al crecer, todos empezaban a elegir la puerta negra, ¿Por qué? Nadie lo sabe, quizás por repetición, porqué es la que escogen los mayores…A medida que se abría la puerta negra, la blanca se hacía cada vez más pequeña, hasta que casi era diminuta, y quedaba olvidada en un rincón dónde no miraba nadie.

Un día tres valientes de Dos Puertas, cansadas de ser arrastradas por la monotonía, de que su mundo sólo tuviera dos colores (blanco o negro), se unieron para cambiar las cosas, y una mañana juntaron el valor para no dejarse llevar por la costumbre y abrieron bien los ojos, exploraron las oportunidades que les brindaba su cuarto y allí, diminuta, polvorienta y olvidada vieron una puertecita blanca…

¿Qué será? ¿Dónde llevará? ¿Qué encontraremos al otro lado?, pero no se dejaron llevar por el miedo y la incertidumbre y juntas abrieron la puerta…

Un mundo de colores esperaba al otro lado, un sol cegador les recordaba lo a gustito que se está cuando no te escondes, y abrieron la puerta blanca muchas mañanas desde entonces, tantas que se sintieron privilegiadas, y quisieron compartir el paraíso con el resto del mundo, con todos aquellos con el valor suficiente para abrir aquella puerta.

Pero todo camino que merezca la pena tiene un peaje, y para llegar al paraíso había que pagar cada uno el suyo. A la entrada y para orientarte en el proceso, Raquel, Laura y Lucía te enseñaban a dar cada paso.

La primera condición era preparar la maleta, una maleta llena de pasado, pero no revuelto, ni en un arrugado batiburrillo, sino bien colocado, donde cada momento tiene su sitio y cada experiencia deriva en un aprendizaje. En la maleta cabían juegos, experiencias, creencias, sentimientos… de todo… pero cada cosa tenía su sitio, y había un sitio para cada cosa.

Después había que mirarse para dentro, pero de verdad, con la sinceridad que sólo encuentran los valientes.

Y por último, pero no menos importante, cerrar con dos candados la culpa y el no puedo, y remangarse para trabajar duro, trabajar para poder caber por la puerta diminuta blanca, donde sólo caben los que están dispuestos a hacer el esfuerzo de intentarlo.

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